Dos años van desde que Deportivo Quito aterrizó, por la vía del papel, a la Segunda Categoría. El camino tortuoso que significa la competencia no mira con buenos bríos la posibilidad de que el club azulgrana consiga el objetivo de manera inmediata y planificada. Sin embargo, en medio de todo ese infierno que significó la debacle de una institución tradicional del país, hay un grupo que se aferra de manera indescriptible a verlo surgir.
El pasado fin de semana se cumplieron veinte años de la tercera e imperecedera organización adepta a Sociedad Deportivo Quito, hay que brindar una mención honorífica y respetable a la Culta Barra y Barra de las Banderas que antecedieron a la ahora mencionada. Si bien muchos pueden interpretar el presente texto como una apología a la violencia, lo que trato de hacer, y de manera sincera, es exponer valores que en el fútbol se van perdiendo y a medida de ejemplo me gustaría exponer el siguiente artículo.
En medio de un fútbol moderno cada vez más dependiente del merchandising y de los derechos de televisión, el aficionado va perdiendo cabida en el organigrama de las instituciones. Hoy es una mera variable económica, más no un aporte fundamental.
Muchas instituciones del fútbol ecuatoriano atraviesan momentos críticos en el área administrativa y financiera, todo esto determina que la parte deportiva se vea mermada de igual manera. La burbuja del fútbol ecuatoriano que en algún momento ya mencioné (https://luisrubencadena.wordpress.com/2017/07/11/el-futbol-ecuatoriano-en-su-version-aberrante/) explotó de manera fragmentada, y uno de esos casos es el Deportivo Quito.
El equipo azulgrana vio entregado su patrimonio histórico, económico e institucional a los títulos de los años 2008, 2009 y 2011. Esa entrega conllevó al poder absoluto de dirigentes que, con el abuso de confianza y la algarabía de la hinchada, sacaron provecho del momento y saquearon de la manera más rastrera posible al equipo de la ciudad.
Muchos dicen que siempre se puede estar peor, y que los malos momentos son un imán de plagas que arrasan con lo poco que queda para definitivamente darnos a entender que todo terminó. Para beneficio del cuadro capitalino, sus adeptos, sus hinchas, entendieron a la perfección que el exceso de confianza es un mal que se tiene que desterrar, que la deshonestidad se tiene que señalar y que el cambio nace con el compromiso propio. Lo vislumbraron, un poco tarde sí, pero lo lograron.
Es así como la conciencia tomó su lugar, el cariño comenzó a crecer y el amor se hizo evidente al demostrar que el hincha no solo está para empaparse de las victorias, sino para levantarse en las derrotas y apropiarse de ese amor tan puro y sincero como es querer al equipo del barrio, aquel al que su viejo llevó a alentar, al que su abuelo dichoso logró heredar, el equipo que lleva los colores de su ciudad.
Porque el club es de los hinchas, de los socios, de su gente. Los jugadores llegan, juegan y se van. Los dirigentes toman decisiones, firman «de buena fe» letras de cambio, endeudan el equipo, dicen que todo va a cambiar, que llegaron para ganar, pero al final el silencio acompaña el cese de sus funciones y buscan refugio en el recoveco más oscuro, con la intención de huir de los reclamos y la conciencia que señala diariamente su incompetencia.
En medio del abandono la hinchada de Sociedad Deportivo Quito buscó el límite al atropello institucional y comenzó la gestión de su gente.
Entre tantas deudas de buena y mala procedencia, encontraron algunas cuentas por cobrar de mucho tiempo atrás, las cuales nadie se tomó el tiempo de investigar. Así aparecieron contratos de productos farmacéuticos a favor del equipo azulgrana, un departamento producto de un acuerdo de pago que más de uno buscó arrastrar a su favor, pero el aficionado chulla recuperó para su club, pasajes de avión para la presentación del equipo en Guayaquil, uniformes para las categorías menores y recientemente una bomba de agua para la zona húmeda del complejo deportivo.
Seguramente usted me dirá: -Eso no soluciona los grandes problemas que tiene Deportivo Quito. Y yo le contestaré: -Ayuda, porque desde que el aficionado se ubicó en la zona de confort y fue testigo de administraciones Mesianicas, se preocupó de las victorias y derrotas, pero nunca de la gestión que realizaban sus dirigentes. Eso hoy parece cambiar.
En el fútbol ecuatoriano el aficionado se convirtió en un parásito de los buenos momentos de su equipo, y se olvidó que heredó una institución a la que muchas generaciones cuidaron celosamente y adoraron hasta darle un puesto primordial de su vida.
Ese equipo llamado Deportivo Quito, y que Cesar Pardo tuvo la magnificencia de bautizarlo como el equipo del nombre divino, hoy sobrevive por y para su hinchada, puede ser poco, pero el día que no exista ninguna solución en el camino, podrán mirar al cielo y decir que hicieron lo necesario y que se apropiaron de su institución para emprender en el peor momento acciones de bien. Su padre y abuelo desde el otro mundo lo mirarán tranquilo y acompañarán su dolor.
Luis Rubén Cadena Beltrán
@LRCadena